sábado, 14 de febrero de 2015

De Dulcinea a Don Quijote (Carta de no-Amor ;) )

Hoy es San Valentín y, con ese propósito, se organizó un pequeño concurso de escritura en mi clase. He decidido dejaros mi participación a ver si os gusta ;)
El tema era amor, desamor o similares; el requisito era que fuera entre una pareja de la literatura universal. Yo elegí de Dulcinea a Don Quijote. Ojalá os guste :D


A Alonso, el vecino del pueblo vecino.

Acaba de amanecer, el viejo gallo tose más que canta (cualquier día hacemos caldo) y los ajos crecen bien. Me encontraba yo en el campo ordeñando a la Bernarda (la cabra, que acaba de tener al Bernardito) cuando me he puesto a pensar en mi madre (que era buena gente y está allá arriba, tú que has leído mucho sabrás dónde) y en sus consejos.
Ella ya me decía, cuando era una moza y aún no sabía remendar faldas ni camisas, que tuviera cuidado con el amor y con los enamorados. Creo que me lo decía porque la Pepa estaba ya prometida con el Juan, un zagal de muy buen ver… pero eso ahora no importa. El hecho es que el amor es peligroso y eso es “vos popurrí”  (dice Albertín, que está escribiendo porque yo de esas cosas no sé, que es Vox Populi o algo parecido) y yo, que a mi madre la tengo en gran estima, estoy de acuerdo. ¿Por qué te crees que no me he casado? (Y no, no me faltaban pretendientes. Aunque Albertín se esté riendo.)
Yo es que no creo en los romances ni en esas cosas, por eso me quedo mirando a las mozuelas del pueblo cuando salen a bailar y se levantan demasiado la falda para enseñar los tobillos. ¡Vaya falta de decoro! ¿Y qué decir de los muchachos, mirando dónde no hay que mirar? Esta tierra nuestra está loca pero, para locos, tú. ¿A ti qué te pasa?
Anoche volví a verte, y era la tercera vez esta semana. Estuviste el lunes, el martes, el miércoles y el jueves (dice el Albertín que eso son cuatro, aunque yo sólo sé contar hasta tres) y hoy es viernes. ¿Volverás a pasar hoy? Espero que no, porque los vecinos empiezan hablar y yo soy una mujer honrada. Ellos, los pobres, no entienden la situación: me gustaría ver a la Mariana enfrentarse a las pruebas que me pone a mí el Señor, de la cual tú eres la más grande aunque estés tan flaco como un palo de trinchar.
Recuerdo tu primera llegada: Montabas a un pobre jamelgo que te arrastraba conforme podía e ibas a paso de caracol. Yo estaba en el terreno trabajando como buena mujer y te acercaste a mí. “Querrá agua” pensé yo, aunque claramente necesitabas comer algo. A mí no me gusta entrar extraños a casa, pero a fe mía que a los dos os hacían falta buenas vituallas. Así que esperé por si te acercabas. ¡Vaya sorpresa la mía cuando abriste la boca! No sólo ibas vestido de hojalata sino que encima parecías extranjero: hablabas con acento raro y decías cosas a las que aún no encuentro yo sentido. “Habrá tomado mucho el sol”, me dije, porque empezaste a soltar una sandez tras otra, casi como el viejo Tomás (el que quería hacerse una casa en un “cactus”, que aún no sabemos de dónde se sacó la palabra).
Cómo tú comprenderás, yo me fui a buscar algo de ayuda. Quizás el cura de pueblo podría ayudarte, capaz era que te encontrabas castigado por el Señor o, peor, eras un alma en pena que de flaca ni la dejaban entrar allá arriba. Pero cuando volví no estabas.
Al cabo de un tiempo apareciste de nuevo, pero esta vez venías con un señor de buena salud sobre un asno medio ahogado. ¡Y de nuevo te pusiste a hablar de cosas raras! Ya le compré otro rosario al padre Mariano por si eras alguna aparición, pero de nada ha servido.
Y ahora, además, apareces cada día. ¡Vete! ¡Déjame en paz! O, si lo que necesitas es comer, vente cuando hayas aprendido a hablar como la gente normal, vistas como los hombres honrados y dejes el rebaño de mi primo en paz. ¡Quién lo diría a tu edad! Los hombres como tú deben limitarse a estar en la taberna y educar a los niños, pero pobre del zagal al que pongan bajo tu tutela.

En fin, lo dejo, que me enrollo como las “persianas” que quería inventar el Tomás (sí, el de antes) y esta carta es solo para decirte lo dicho: ¡Mi nombre es Aldonza, no Dulcinea! 

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